miércoles, 26 de octubre de 2011

Peronismo y Comunicación


por Marcelo Fernández Portillo - Revista Apuntes N° 5 (La Pampa)

Continuamos interpelando al peronismo desde distintas tópicas. En el escrito anterior publicado en el Nº 1 de nuestra revista lo hacíamos con el concepto de “República”. En este caso lo someteremos al de “Comunicación”.

En primer lugar, habría que definir de qué se habla cuando se habla de comunicación; si se la aborda desde una perspectiva técnica, se podría concluir que si los gobiernos peronistas han tenido y tienen problemas en la materia, estos serían consecuencia de la falta de instrumentos adecuados e intérpretes idóneos: medios propagandísticos rústicos, comunicadores torpes y mensajes ramplones, confusos o agresivos (o todo a la vez).
Ese no es nuestro enfoque, no es ese el lugar desde donde interpelaremos al peronismo. Desde nuestra perspectiva el problema de la comunicación es mucho más complejo y profundo, y se entiende si se integra el factor comunicacional dentro del problema cultural y no como ítem aislado.
  

Primer y Segundo gobierno peronista:

Si partimos de la trama cultural podremos entrever que esta deficiencia es histórica en el peronismo. La “Gran Década” (en rigor de verdad, fueron 12 años desde la revolución juniana del ‘43 hasta la restauración oligárquica del ‘55) fue testigo de un formidable impulso modernizador y soberano que sacudió a la anquilosada estructura agro-exportadora conservadora. La alianza de los sectores industrialistas del ejército con la clase trabajadora amenazó por primera vez los cimientos del poder de la clase terrateniente aliada al imperio británico, primero, y al norteamericano después. Irrumpieron los derechos de los trabajadores y las conquistas sociales.

El gobierno de Perón provocó una fuerte transferencia de riquezas concentradas en el sector del capital hacia el sector del trabajo. El tan mentado “51 % y 49 %” (con la concomitante dignificación del trabajo) a favor de las clases asalariadas es una de las razones más contundentes del odio al peronismo de parte de los poderosos. Este proceso estaba claramente encabezado por la cada vez más vigorosa clase obrera industrial, que irrumpe en la escena política argentina definitivamente en las Jornadas de Octubre. Pero el mundo del trabajo no era ayer, como no lo es hoy, únicamente el proletariado industrial, sino los amplios sectores medios que básicamente se asentaban, y se asientan, en el sector de servicios, constituyendo una gran masa asalariada, que como tal, pertenece concreta y efectivamente, al mundo del trabajo y no al del capital. En tal sentido, los sectores medios fueron, directamente, beneficiarios de ese “nuevo país” que surgió en la década del ‘40. En modo alguno las políticas del peronismo atentaron contra sus intereses, sino más bien, todo lo contrario: un país con una estructura económica diversificada, con crecimiento industrial, investigación científica aplicada y desarrollo tecnológico, no hacía más que ensanchar el horizonte de expectativas de los amplios sectores medios, que eran los que se preparaban en las universidades para el ejercicio de profesiones que no tendrían mayor destino en la vieja Argentina pastoril.

Y aquí puede situarse la raíz del problema. Lacan sostenía que “el hombre es el ser que se piensa donde no es, y es donde no se piensa”. Esta sentencia es perfectamente aplicable a la pequeña burguesía urbana de nuestro país: ella, en su imaginario, se piensa en un lugar que no es el propio. En su aspiracional se ve más cerca del mundo del capital, es su modelo. Pero su realidad material indica otra cosa, indica que ella es parte indiscernible del mundo del trabajo; o sea, ella es donde no se piensa, más cerca de aquellos a los que desprecia y teme por ignorancia.

Las clases medias no tienen destino individual; ni siquiera el ejercicio liberal de las profesiones que eligen puede garantizarles el pase al exclusivo “mundo de los elegidos”. En su mayoría, terminan constituyendo el triste ejército de “cagatintas” de todo pelaje, deambulando por oscuros despachos, estudios o pasillos de hospital.

¿Qué pasa entonces cuando la política concreta de un gobierno favorece claramente a un sector y ese sector igualmente le es hostil? Pasa que ese gobierno no ha mensurado en su cabal medida el problema de la “colonización mental”, y sus efectos ideológicos, que sufrieron desde sus orígenes estos sectores, vulnerables a la influencia de los intereses de las corporaciones, justamente por tener acceso permanente a los medios que los difunden, influencia de la que quedaban exentos los sectores más postergados por la misma razón de que no tenían acceso a ellos.

El aparato de dominación cultural de las clase media de entonces estaba encarnado en los medios de prensa y la universidad, instancias a las que dicha clase tenía acceso. En el caso de los medios de prensa, si bien en la década del ‘40 no se puede hablar de multimedios, sí se puede señalar que los diarios de la época eran aquellos fundados por las familias patricias, luego devenidas sin más en oligárquicas. La Prensa de Gainza Paz y La Nación de los Mitre. A estos se sumaban Crítica de Botana y el novísimo, por entonces, Clarín de Noble. Todos machacaban, de un modo u otro, en contra de la “tiranía”.

Con la universidad ocurría otro tanto. Ella era refugio de un tipo particular de joven: formado, muchas veces embebido en las teorías políticas y sociológicas más avanzadas del momento, pero con una miopía absoluta para descifrar el carácter particular de las coordenadas argentinas: ese personaje fue bautizado por Jauretche como “el fubista” (en alusíón a la Federación Universitaria de Buenos Aires). En espejo, los institutos de formación militar generaban, justamente, la imagen especular del aquel “fubista”. Desde allí se impartía una formación pretendidamente nacional, conservadora,  defensora  de las supuestas tradiciones patrias, con acento en el sonsonete de Dios, Patria, Hogar o sus variantes de Dios, Familia, Propiedad, etc.

Ambas instituciones, la Universidad y el Colegio Militar acogían a los hijos de la pequeña burguesía urbana en sus dos variantes: la supuesta progresista de los estudios civiles y la supuesta nacionalista de los estudios militares. Ambas coincidían en su odio al gobierno popular del General Perón. Nótese que entre la oficialidad militar no existieron ni existen apellidos patricios, sino que todos son de origen inmigrante. La alianza simbólica entre la oligarquía vernácula y los sectores militares se dio a través de los casamientos: en efecto, era común que las jóvenes hijas de la oligarquía fueran entregadas en matrimonio a los rústicos (pero serviles) oficiales plebeyos.

Reforzando esta descripción, es importante recordar que orgánicamente la Universidad fue un baluarte del rechazo al movimiento nacional, y que en el caso de las fuerzas armadas sólo un sector minoritario apoyó decididamente al gobierno popular, mientras que otra minoría, la reaccionaria que nucleaba tanto a sectores del llamado nacionalismo católico como del liberalismo vernáculo (representados en el golpe por Leonardi y Rojas, respectivamente), quedaba a la espera del tiempo de la restauración oligárquica. En el medio de ambas minorías, quedaba el grueso de esa oficialidad que en un primer momento se alineó, sin convicción y sólo por inercia profesional, al gobierno peronista para luego apoyar sin más el golpe fusilador del ‘55.[1]

En aquel entonces, no bastó con la prédica clara y profunda de don Arturo Jauretche, el gobierno de nuestro General fue bastante impiadoso con nuestros propios intelectuales, aquellos que estaban llamados a combatir en el frente de las ideas. Los dejó solos. De hecho, la reivindicación de figuras tales como Scalabrini Ortiz, Leopoldo Marechal, el propio Jauretche, John W. Cooke, y más tarde, Hernández Arregui, no fueron rescatadas desde el peronismo, sino desde las corrientes revisionistas de la izquierda nacional. Este es un hecho irrefutable.

El peronismo histórico fue un cuerpo formidable, con buena contextura muscular; con la que asestó golpes que dolieron, y mucho, pero que no alcanzaron a derrumbar al contrincante, solo lo dejaron maltrecho por un tiempo. ¿Qué pasó?, pasó que faltó cabeza, y un cuerpo sin cabeza, un cuerpo portentoso pero de cabeza chica, finalmente, es derrotado, porque en algún momento el músculo se agota.

Si el gobierno peronista adoptaba una medida revolucionaria, con la que se adquiría un fabuloso caudal de soberanía, tal como fue la nacionalización de los ferrocarriles, pero a la par los rebautizaba con nombres extraídos del procerato oligárquico (Sarmiento, Roca, Mitre), entonces significa que el cuerpo está separado de la cabeza; que se toman medidas objetivas correctas, y hasta revolucionarias, pero no se las puede inscribir subjetivamente en el proceso histórico que debería enmarcarlas y las dotaría de esa fuerza intangible que solo es otorgada por la conciencia histórica.

No se puede comunicar eficazmente aquello acerca de lo cual se desconoce su sentido más profundo. No hay técnica ni profesional que pueda sostener ese vacío. En el mejor de los casos, lo hará por un plazo módico y perentorio.

Como decía el antropólogo Blas Alberti, don Arturo Jauretche no debió ser el ministro de educación del gobierno peronista: debió ser Zar de la educación argentina. Sin embargo, nuestro gobierno lo relegó a una oscura posición técnica en el Banco Provincia. Otra vez, el cuerpo despegado de la cabeza. En cambio, en las esferas gubernamentales de entonces pululaban, como propagandistas y difusores de la acción de gobierno, aduladores oficialistas como Apold y Mendé (ante los cuales, D’Elía y Moreno son delicadas figuras renacentistas).

Otro tanto ocurrió en la Universidad, usina del cipayismo pequeño burgués desde siempre, y al que nuestro gobierno, torpemente, sólo supo imponerle el reaccionarismo cerril de los nacionalistas católicos (tan cipayos, finalmente, como su contracara demo-liberal). Por un lado, los jovencitos que aspiraban a ser abogados o contadores de las grandes corporaciones, y por el otro, los funcionarios cavernícolas con hacha de sílex. Saquemos nuestras propias conclusiones.

Queda claro que el gobierno de Perón fue derrocado por sus logros, no por sus defectos. Pero que ello haya sido posible, es decir, que un gobierno popular apoyado por la robusta y numerosa clase trabajadora haya podido caer a manos de un grupo de militares facinerosos que contaron con el apoyo de amplios sectores medios se explica en gran parte porque el peronismo no pudo o no supo dar la batalla cultural, una de cuyas patas, la comunicación, fue absolutamente deficitaria.


La era kirchnerista

Desde el 2003 a la fecha hemos asistido a un promisorio proceso, a partir del cual queda claramente explicitada la confrontación de dos modelos: el inclusivo, apoyado en el mercado interno, los sectores del trabajo y la producción; y el exclusivo, sostenido por el poder financiero internacional y el poder económico transnacional concentrado. De nuevo, como en el ‘45, quedan expuestas las contradicciones de un gobierno de estas características, movimientista, policlasista; ambigüedades acerca de las cuales los militantes del movimiento nacional estamos advertidos: sabemos de las marchas y contramarchas, de los avances y de las agachadas circunstanciales. El purismo nos place  dejarlo a los estudiantes de Filosofía y Letras, para que sigan construyendo su “proletariado ideal”, “su revolución ideal”; nosotros nos quedamos con el obrero de carne y hueso y con la revolución peronista.

Sabemos que hay militantes honestos y capaces ejerciendo la función pública, como sabemos que hay “amigos del poder” que cuentan con la anuencia de parte del actual gobierno para hacer “buenos negocios”: los hubo también en la década del ‘40, como señala el historiador Norberto Galasso, encarnados en las figuras de Silvio Tricerri y Jorge Antonio (por citar algunos), los “Cristóbal López” de entonces (por citar a uno, ya que no el único, de los buenos hacedores de negocios cercanos a nuestros gobernantes).

De sesenta años a esta parte, los mecanismos de control ideológico, más allá de  que se han diversificado, y a pesar de la variedad de recursos, asumen las más de las veces la misma cara torpe y brutal que en aquellos tiempos. Tomemos como ejemplo al “multimedio” que nos asola: ninguna sutileza, todo vil. Lisa y llanamente. Tiene poder y tiene llegada, aunque cada vez más menguada y más cuestionada.

Las jornadas “ruralistas” del 2008 en la Capital Federal, con motivo del debate por la resolución 125, de no ser por su trasfondo trágico, tendrían una vis cómica insoslayable: un sinnúmero de imbéciles que no tienen ni tierra en sus apretados balcones barriales, repitiendo el sonsonete que las corporaciones rurales y el “multimedio” ponen en sus torpes cabezas (como diría el cantautor Jorge Marziali) y que ellos repiten desde sus bocas mustias.

Otra vez un panorama similar: de un lado, el país real, el de la “realidad efectiva” que pregona nuestra marcha, un país que recuperó todos los indicadores económicos que cualquier país serio considera, que navegó con éxito sobre una crisis internacional mayor aún que aquella del ‘30 y que se está llevando puestos a algunos de los “modelitos” que nos enrostraban hasta el hartazgo ayer nomás: Irlanda, Islandia y España (no cito el derrumbe de Grecia, porque nunca adquirió el status de “modelo”, pero también vale señalar su caída en desgracia, que desnuda la felonía de naciones como Alemania y Francia), para no hablar del descalabro norteamericano.

Un país en donde reapareció algo que nos era asiduamente esquivo: el consumo, ese de los grandes sectores populares, conformados por aquellos que por fin pueden garantizarle una dieta apropiada a sus hijos (aún reconociendo todo lo que resta por hacer en la materia) y por aquellos otros que invaden todos los destinos turísticos y consumen toda la tecnología disponible en el mercado, dejando a su paso “tierra arrasada”.

Y por el otro, el país de la ficción multimediática que trata de ser impuesto a parte de esos sectores medios acomodados, nuevamente beneficiados por la política efectiva del gobierno de los “negros de mierda” y del “clientelismo”.

Pero algo comenzó a cambiar, paulatinamente. La penosa e inesperada muerte de Néstor puso en superficie a una inmensa cantidad de familias, con una mayoritaria presencia de juventud movilizada, que salió a mostrar su dolor a la vez que a sostener la continuidad del modelo. Un alto componente de clase media urbana integra este colectivo, dando muestra de que al fin el mensaje está llegando. La realidad material comienza a ser representada por los conceptos apropiados, quedando expuesta toda la decrepitud de los multimedios que intentaron soezmente imponer una realidad inexistente, plagada de miedo y de amenazas.

Estos amplios sectores medios, que en un principio miraron con cierta desconfianza a este gobierno, se han visto netamente favorecidos por medidas tales como la Ley de Medios, la Ley de Matrimonio Igualitario, la Ley de Intérprete, la coherencia en la política de Derechos Humanos, pero por sobre todo, por el profundo clima de libertad de expresión que se alienta desde el propio gobierno y que nadie en sus cabales puede negar.

El actual gobierno ha ido corrigiendo sobre la marcha algunas torpezas en materia comunicativa, sobre todo a partir del affaire “Resolución 125”, ajustando el discurso, haciéndolo más abarcador para no hacer sentir al que eventualmente no acuerda con algún movimiento del gobierno como si fuera casi un traidor a la patria; midiendo réplicas, afinando las piezas publicitarias. A lo que se suma fenómenos de la comunicación como el programa televisivo “6-7-8” (al margen de las críticas que se le pueden hacer) y la aparición de un diario como Tiempo Argentino, por citar sólo alguno de los más conocidos, pero no los únicos.

No obstante ello, existe un núcleo duro en las capas medias acomodadas que sigue siendo refractario a toda política nacional, sirviendo de “base popular” a los sectores políticos más reaccionarios, lo que no huelga para que se beneficien con gran parte de las medidas gubernamentales, pero ideológicamente están formados en la matriz más conservadora: aquella que detesta al humilde, la que aborrece los derechos humanos y toda política que tienda a ensanchar los derechos civiles. Esta “roca viva” del reaccionarismo será inmune a todo mensaje contemporizador, integrador. Les va bien, pero saben que también les iría bien con otras políticas. Que harían buenos negocios financieros en un marco de desregulación estatal, sin controles y a costa de la destrucción de nuestro mercado interno y del tejido social. No les importa, es más, lo prefieren así: no al Estado administrador de justicia social, y de paso, no a la “pestilente” política de derechos humanos que implementa esta caterva de montoneros.

Profundización del modelo y formación de cuadros para consolidar a la Argentina soberana, dueña de su destino. El combate no se da sólo a partir de las medidas concretas, sino en el campo de las ideas. Debate y Comunicación. Circulación de contenidos. Socialización de los resultados.
 


[1] Párrafo aparte merece la suboficialidad de las tres armas, conformada mayormente por hombres de provincia, de origen criollo, la que habiendo sido históricamente discriminada por la oficialidad, encontró en el peronismo su reivindicación, mejorando notablemente sus condiciones profesionales y su nivel de vida. En su seno el apoyo al gobierno popular fue mayoritario.

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