jueves, 27 de enero de 2011

Néstor Vive


La política es la herramienta con la que cuenta el Estado democrático para diseñar el modelo de desarrollo y el funcionamiento de sus instituciones, ordenar las fuerzas de defensa y la sociedad, y también organizar la producción como la distribución económica y cultural.

La militancia implica tomar partido por alguno de los sectores que conforman la representación ciudadana. Es en la arena política donde las clases sociales dirimen el predominio de unas sobre otras. La política media en esa pugna, pero según sea la ideología optará por tal o cual sector. El ejercicio del poder tiene una toma de posición, eso es claro, aunque también debería garantizar el crecimiento de los afines así como los que no lo son. Si no existe una solidaridad implícita en este juego de fuerzas se rompe el contrato social, y es lo que viene pasando en la Argentina desde su independencia.

Hubo intentos en dinamizar y potenciar las diferentes aristas que constituyen un país, pero los intereses de una clase sobre la otra predominaron, boicoteando tales objetivos. Y siempre estuvo de por medio el monopolio de la violencia. Los únicos que pueden o  pudieron financiar ese "trabajo" han sido las clases acomodadas con el pretexto de no ser perjudicadas en el gozo de sus privilegios heredados.

Muchos fueron los referentes que pretendieron fundar una Argentina para todos. Desde San Martín, Belgrano, Moreno, Dorrego, Güemes, Quiroga, Varela hasta los dirigentes contemporáneos, como Yrigoyen, Perón, Cámpora, Alfonsín o Kirchner. Muchos cayeron bajo la ignominia de la oligarquía y de los cipayos. Cada uno de esos quiebres institucionales benefició siempre a las familias de abolengo en la historia nacional que, para instaurar el orden, no vacilaron en hacer asesinar a sus oponentes. Las dictaduras han sido la mano de obra consecuente con su pulsión de muerte.

Después de la debacle de la Alianza en diciembre del 2001 el país estalló y sintió en carne propia el modelo de ajuste exigido por el FMI, acorde a las directivas del Consenso de Washington. El neoliberalismo, que había sido la brújula de los '90, mostró su rostro inmisericorde: el del individualismo, en que el hombre se convierte en el propio lobo del hombre. En consecuencia se sucedieron cinco presidentes previsionales y no hubo soluciones; hasta se insinuó con armar una junta de notables de organismos transnacionales para dirigir a la Nación.

La Alianza cerró su ciclo con 43 argentinos muertos. Duhalde no sólo negoció para los mismos de siempre con la pesificación asimétrica, sino que también su "mejor policía del mundo" se cargó la vida de dos militantes de organizaciones sociales: Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. Lo que ocasionó que dejara anticipadamente la presidencia.

El país estaba colapsado y a un paso de la desintegración cuando, con apenas el 22% de los votos, asumió a la máxima magistratura Néstor Kirchner. Un 25 de mayo de 2003 comenzó a asomarse lentamente el sol en el horizonte de la patria. Un hombre que venía del profundo sur salió a la plaza para que se arrojen a sus brazos los humillados y los vencidos. En ese presidente, que obviaba el protocolo, pusieron las esperanzas los humildes.

Su compromiso fue reconstruir el país, para lo cual no abandonaría por nada sus convicciones. Cuando se vislumbró su plan de gobierno el poder fáctico, liderado por Magnetto, empezó a demonizarlo. Aún así, las empresas se ca-pitalizaron como nunca en la historia.

La gran lección de Néstor Kirchner es la reivindicación de la política sobre los grupos de la economía concentrada. Y su conducción ha sido la fuerza transformadora que le dio impulso a esta nueva Argentina y, por antonomasia, la contagió a los pueblos latinoamericanos. Ese reconocimiento pudo comprobarse en su sepelio, cuando acudieron los presidentes de los países hermanos, tanto los progresistas como los conservadores. Todos vinieron a despedir a un político de raza.

Los ciudadanos de esta Nación, más allá de las ideologías que profesan, deberían reconocer que ese hombre portaba la antorcha de las grandes transformaciones. Por eso, Néstor vive.

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