sábado, 29 de enero de 2011

Violencia y cosificación


La discusión acerca de la violencia no deja de ser un tema recurrente en diferentes medios de información, y dentro de la grilla tiene un altísimo protagonismo amarillista en los que responden al monopolio Clarín, que ha sintetizado la problemática bajo el título de "inseguridad".

A esta intoxicación ideológica y mediática, que no está despojada de intereses que cobijan los grupos de poder, va acompañada —explícita o implícitamente— de un precario contenido político y social que, desde el sentido común, manipula el relato de que este cuadro de situación sólo es solucionable a través de la implementación de medidas represivas. Y la versión más reaccionaria de este sector se ampara en la modificación del arsenal jurídico, con el objetivo de implementar acciones más "duras" y, de esta forma, mantener "aislados y encerrados" a los pobres de la ciudad. En los '90, con otro paradigma dominante, el apaleo a la movilización social era moneda corriente, pues no se permitía ni el reclamo ni la protesta en las calles, además primaba una figura retórica mucho más cínica, la del "excluido".

Bajo el título de violencia o de inseguridad se escamotea una discusión profunda de la cuestión, porque en el fondo la práctica política lo que tiene o debería hacer es concretar el cambio de la estructura económica que, durante el mandato neoliberal, concentró en manos privadas sus decisiones que responden, directamente, a la demanda del mercado. Por eso es necesario desarticular esa práctica de la que también quedó prendado el Estado, supeditado al flujo de capitales financieros transnacionales, y que redujo al mínimo el estado de bienestar, lo que condicionó su funcionamiento y derivó en una ausencia de políticas sociales. Una sociedad que quiebra su contrato solidario entre las partes está a un paso del aislacionismo de los que cuentan con menores recursos, porque se los estigmatiza, se los rotula bajo estereotipos y la tipología policial. Por eso un innumerable conjunto de acciones manifiesta distintos grados y niveles de agresión y, por sobre todo, el prejuicio niega la posibilidad de concebir a otra persona como un semejante, muchos menos en pie de igualdad y con las mismas posibilidades de desarrollo.

La cultura del espectáculo (bajo la tópica de Guy Debord) tiene sus propios servidores que, desde el soporte televisivo o radial, pretenden dictar cátedra de quiénes serían los "delincuentes" y que el aparato represivo del Estado los tiene que vigilar y castigar. Ese prejuzgamiento refuerza la más elemental discriminación; encima algunos conductores solicitan que "al que mata hay que matarlo", lo que aumenta la diferenciación y coloca en un plano peligroso al conflicto de clases. La preponderancia del statu quo por su cercanía al poder, con sus vanidades y galas multiplicadas por la difusión en los medios, y ante la falta de una política de contención social desde el Estado que comprenda a los ciudadanos en estado de emergencia, engendra pulsiones de muerte, y se potencia frente a slogans como "pertenecer tiene sus privilegios". La ostentación y el consumo en la posmodernidad son determinantes a la hora del espacio que se ocupa en la pirámide social. Y ese ejemplo, repetido sin cesar, se impregna en la conciencia del público a tal grado que las relaciones humanas que construye la vida cotidiana se metamorfosean en relaciones "cosificadas". La pertenencia se convierte en un fetiche y, a su vez, indica o demarca que todos no pueden ser incluidos en esa prosapia, por lo tanto debe haber un disciplinador que abogue por el cuidado de sus derechos gananciales.

Evidentemente el neoliberalismo ha establecido una nueva forma de dominación, en la cual los valores que estaban vigentes entraron en crisis, originando, en tal sentido, una hegemonía sociocultural que, en gran medida, oscurece la imaginación y la creatividad; pues genera una dependencia de lo superfluo y lo trivial, un efecto distorsionante sobre la vida humana, implosionando aquella condición comunitaria intergeneracional.
En las últimas décadas en el seno de la sociedad las tensiones se fueron exacerbando, potenciadas por los voceros mediáticos que atentan con este modelo económico emergente en casi toda Latinoamérica, y tratan de provocar crisis similares a las que hubo en diciembre de 2001; porque aquellas recetas del FMI no sólo los beneficiaba enormemente, sino que esos grupos tomaban las decisiones fundamentales del país porque detentaban el poder. Hoy la batalla es crucial, es que en los dos gobiernos de los Kirchner han recuperado la política, y el proyecto trata de equiparar las inequidades del sistema, por lo tanto tiene que desarrollar un proceso socioeconómico que se antepone a los negocios de las corporaciones.

Si la economía estuviera determinada por la especulación financiera y sólo se sustentara en la producción primaria, el modelo legitimado del primer centenario, la expectativa serían totalmente negativas en esta etapa que transita la Argentina. Sin embargo, se padece todavía el desguace del Estado y la deconstrucción de la industria nacional, en detrimento de ese polo de poder político tan fuerte instrumentado por el primer peronismo; en consecuencia, hay que modificar esa matriz, generar trabajo genuino, incorporar valor agregado a la producción, y de esa forma se irá superando la aguda fragmentación que procrearon las políticas neoliberales, y no sólo en lo económico-social, con niveles de inequidad estrepitosos, sino que la cultura del consumo —característica de una sociedad capitalista basada en la sobreproducción de artículos, en su mayoría innecesarios— disoció y pulverizó las relaciones sociales.

Esta disociación entre el Hombre y el Mundo se ha objetivizado a tal punto que ocasiona un desencuentro y alejamiento entre los seres humanos, lo que afecta indefectiblemente a cada individuo, porque afecta su capacidad dialógica, sembrándole la desconfianza hacia la otredad, por consiguiente impacta en su comportamiento, porque lo empobrece y lo aplana simbólicamente.
En esta época se está frente a una instancia de cambios, de transformaciones sustanciales, aunque aún la manipulación que ejerce la cultura dominante, impuesta y divulgada por los multimedios, reproduce sujetos escindidos. En la sociedad capitalista el único valor "preciado" es el que articula el consumo compulsivo que impulsa y expande la economía de mercado.

La violencia convertida en expresión por una necesidad política, fecundada in vitro en los laboratorios de las consultoras y diseñadoras de imagen, como se ha visto en el Parque Indoamericano o Plaza Constitución. Más allá de su significado intrínseco, de su relación directa con los instintos, en una mirada más o menos naturalista; lo que hay que resaltar es la violencia como programa de acción política. En ese caso es la expresión amorfa e inconsciente de un sector de la ciudadanía que es interpelada por el poder que ejercen los que fueron subalternos, y echa mano a cualquier solución que modifique la correlación de fuerzas. Una sociedad ordenada a partir del consumo está condenada al fracaso, si no interviene el Estado es plausible que se desencadenen pulsiones que diriman la vieja pero no perimida lucha de clases. Siempre existen emergentes cuando opera la clausura y la opresión, por lo tanto la desesperación y la falta de libertad faculta a los sujetos hallar otros canales de experimentación que les brinde la posibilidad de proyectar una vida más imaginativa, creativa y desalienada, y a veces el único reparo y resguardo frente a la ignominia de las dictaduras es el recurso de la violencia individual o colectiva.

Cuando el poder lo ejerce la política, el Estado debe convertirse en el pivote que impulsa y canaliza la potencialidad y la energía ciudadana. Es una necedad pensar que se puede salir del círculo vicioso que impregna la violencia como programa de acción política con la implementación de leyes más rigurosas. Se debe anteponer a esa solución abusiva e intolerante la construcción de un proyecto emergente de transformación cultural que modifique de raíz la actual lógica del mercado, que con su política distributiva excluye y genera desigualdad, y atenta contra la conciliación de las partes en el usufructo del espacio territorial y los bienes simbólicos de un país. SDM

jueves, 27 de enero de 2011

Néstor Vive


La política es la herramienta con la que cuenta el Estado democrático para diseñar el modelo de desarrollo y el funcionamiento de sus instituciones, ordenar las fuerzas de defensa y la sociedad, y también organizar la producción como la distribución económica y cultural.

La militancia implica tomar partido por alguno de los sectores que conforman la representación ciudadana. Es en la arena política donde las clases sociales dirimen el predominio de unas sobre otras. La política media en esa pugna, pero según sea la ideología optará por tal o cual sector. El ejercicio del poder tiene una toma de posición, eso es claro, aunque también debería garantizar el crecimiento de los afines así como los que no lo son. Si no existe una solidaridad implícita en este juego de fuerzas se rompe el contrato social, y es lo que viene pasando en la Argentina desde su independencia.

Hubo intentos en dinamizar y potenciar las diferentes aristas que constituyen un país, pero los intereses de una clase sobre la otra predominaron, boicoteando tales objetivos. Y siempre estuvo de por medio el monopolio de la violencia. Los únicos que pueden o  pudieron financiar ese "trabajo" han sido las clases acomodadas con el pretexto de no ser perjudicadas en el gozo de sus privilegios heredados.

Muchos fueron los referentes que pretendieron fundar una Argentina para todos. Desde San Martín, Belgrano, Moreno, Dorrego, Güemes, Quiroga, Varela hasta los dirigentes contemporáneos, como Yrigoyen, Perón, Cámpora, Alfonsín o Kirchner. Muchos cayeron bajo la ignominia de la oligarquía y de los cipayos. Cada uno de esos quiebres institucionales benefició siempre a las familias de abolengo en la historia nacional que, para instaurar el orden, no vacilaron en hacer asesinar a sus oponentes. Las dictaduras han sido la mano de obra consecuente con su pulsión de muerte.

Después de la debacle de la Alianza en diciembre del 2001 el país estalló y sintió en carne propia el modelo de ajuste exigido por el FMI, acorde a las directivas del Consenso de Washington. El neoliberalismo, que había sido la brújula de los '90, mostró su rostro inmisericorde: el del individualismo, en que el hombre se convierte en el propio lobo del hombre. En consecuencia se sucedieron cinco presidentes previsionales y no hubo soluciones; hasta se insinuó con armar una junta de notables de organismos transnacionales para dirigir a la Nación.

La Alianza cerró su ciclo con 43 argentinos muertos. Duhalde no sólo negoció para los mismos de siempre con la pesificación asimétrica, sino que también su "mejor policía del mundo" se cargó la vida de dos militantes de organizaciones sociales: Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. Lo que ocasionó que dejara anticipadamente la presidencia.

El país estaba colapsado y a un paso de la desintegración cuando, con apenas el 22% de los votos, asumió a la máxima magistratura Néstor Kirchner. Un 25 de mayo de 2003 comenzó a asomarse lentamente el sol en el horizonte de la patria. Un hombre que venía del profundo sur salió a la plaza para que se arrojen a sus brazos los humillados y los vencidos. En ese presidente, que obviaba el protocolo, pusieron las esperanzas los humildes.

Su compromiso fue reconstruir el país, para lo cual no abandonaría por nada sus convicciones. Cuando se vislumbró su plan de gobierno el poder fáctico, liderado por Magnetto, empezó a demonizarlo. Aún así, las empresas se ca-pitalizaron como nunca en la historia.

La gran lección de Néstor Kirchner es la reivindicación de la política sobre los grupos de la economía concentrada. Y su conducción ha sido la fuerza transformadora que le dio impulso a esta nueva Argentina y, por antonomasia, la contagió a los pueblos latinoamericanos. Ese reconocimiento pudo comprobarse en su sepelio, cuando acudieron los presidentes de los países hermanos, tanto los progresistas como los conservadores. Todos vinieron a despedir a un político de raza.

Los ciudadanos de esta Nación, más allá de las ideologías que profesan, deberían reconocer que ese hombre portaba la antorcha de las grandes transformaciones. Por eso, Néstor vive.

Apuntes - Revista de debate político

viernes, 14 de enero de 2011

Poder corporativo vs Poder estatal


El "clarinete" ya no está nervioso, está odioso. La andanada de improperios contra Aníbal Fernández, insinuándole disminución de poder ante los cambios que propugnó la presidenta, como la de Juan Manuel Abal Medina, es otro manotazo de ahogado para esmerilar el proceso político que beneficia a las mayorías del pueblo argentino.

Ricardo Roa editorializa "de campeón a canillita", tratando de ofender al jefe de Gabinete, pero se equivoca en el encuadre porque analiza desde la perspectiva neoliberal el usfructo del poder, es decir, el objetivo primordial es el beneficio propio o de la empresa que sólo pretende ganancias y resguardar sus intereses sectoriales.

Un cuadro político también quiere ejercer el poder, y no es una perogrullada, pero la diferencia reside, por lo menos en lo que respecta al Proyecto Nacional y Popular, en que se trabaja para un colectivo y se tiene bien en claro que el lugar que se ocupa es el lugar en que se sirve y se aporta para la causa.

Max Weber decía que el hombre que hace política quiere tener poder; y es real, está en el plano de acción y concepción de la lucha política. En ese caso la dirección del Estado dependerá de la fuerza partidaria y orientación ideológica de quién "hace política" desde el poder; y más todavía en la coyuntura argentina, donde la política había sido superado por los acontecimientos hasta el grado de que los ciudadanos exigían "que se vayan todos".

Pero todo esto cambió a partir del 25 de mayo de 2003, porque Néstor Kirchner reivindicó a la política como herramienta de transformación, la volvió a ubicar en el centro de la historia, al recuperar el mando y la capacidad de toma de decisión sobre los grupos de la economía concentrada. Y para que esto fuera así tuvo que decidir si era un espectador que aceptaba las órdenes de los poderes en las sombras o agarraba el toro por las astas y demostraba que tenía voluntad de poder. Y la única oportunidad para doblegar a quienes señalaban el rumbo del país para que no se modificara el statu quo era tener convicciones y un programa de gobierno que acojiera a las mayorías y le devolviera la dignidad. Y así fue.

Por eso se demoniza a los dirigentes que no se amoldan a estas directivas empresariales; y en eso Néstor fue un líder carismático que ahora sobrevuela en la política latinoamericana como un espectro, fustigando con su lección a los opositores y conduciendo con su ejemplo y el compromiso asumido en defensa de la Patria.

La templanza y formación heredada por Cristina Fernández y los cuadros emergentes deben guiar, con cada uno de los militantes a la par, a la victoria. Por eso la tarea iniciada por Néstor hay que consolidarla, hay que sobreponer al poder de las corporaciones el poder del Estado. La política debe ser la conductora del destino argentino.

viernes, 7 de enero de 2011

La izquierda gira que te gira para la derecha


En el último número de diciembre el semanario Miradas al Sur dedicó el dossier "A la izquierda de qué... y de quién" para analizar en el campo político argentino una supuesta toma de posición de los partidos de izquierda. Acorde a la coyuntura y a la lucha que se está librando en estos momentos, y que comenzara un 25 de mayo de 2003 cuando Néstor Kirchner asumió la presidencia y afirmó que no dejaría sus convicciones en la puerta de la Casa Rosada, con la conducción de Cristina Fernández.
Hoy algunas de las fuerzas que se dicen progresistas terminan sumando para la derecha tradicional, el enemigo sempiterno de las gestas populares. Por eso varios periodistas y militantes de los '70 ponen el dedo en la llaga y fundamentan por qué Pino Solanas y Proyecto Sur está más cerca de la oligarquía que del proceso de liberación, al igual que Libres del Sur, Macaluse, Micheli y asociados; es decir, todas las pymes zurdas que cobran por derecha: socalistas terratenientes, Vilma Ripoll, CCC, etc.
Ahora le toca al PO por las acciones que llevaron a cabo en la estación de Avellaneda, cortando el paso de los trenes, y que fue aprovechado por mercenarios del Pro y de Duhalde para generar desmanes en Constitución. Debido a que a esa hora unos 70.000 argentinos pasan por la estación para regresar a sus hogares, pensaron que habría una escalada de violencia que afectaría al Gobierno y así poder tumbarlo. Les salió el tiro por la culata, pero todo este 2011 hasta las elecciones van a seguir insistiendo para desestabilizar a la presidenta y al gobierno nacional y popular.
El historiador Norberto Galasso le escribe una carta pública al responsable del PO, Carlos Altamira, analizando el proceso en ciernes que viene de larga data, diciéndole y demostrándole cuál ha sido el enemigo a vencer y cómo la "izquierda" se está confundiendo de escenario y de adversarios.
Y esta semana Página 12 publica un artículo del profesor de política internacional Mario Toer sobre el trotskismo y las tendencias de izquierda en el país.

PD: Un dato importante brinda un lector de la Agencia Paco Urondo respecto a los Altamira: "LOS DEL PARTIDO OBRERO: no aclaren que su jefe, que se hace llamar Jorge Altamira es en realidad José Raúl Wermus, es hermano de uno de los editorialistas estrella de Clarín que se hace llamar Ismael Bermúdez y es en realidad Ismael Wermus y por eso salen con los tapones de punta contra la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, al declarar en dicho comunicado que la Ley de Medios lejos de democratizar la comunicación social apunta a otros negocios vía el monopolio estatal de los medios y a reforzar la regimentación de los trabajadores y de la opinión pública".

jueves, 6 de enero de 2011

Servidumbre

La obcecación de titular catástrofes que no son se ha convertido en la marca registrada de algunos diarios, radios y voceros que responden a los monopolios comunicacionales. Según el periodista Eduardo Aliverti ya no representan un monopolio sino que se han convertido en grupos económicos con inversiones en industrias múltiples. Pero la voz de estos medios, que defienden sus propios intereses, es la voz que asume (produce y reproduce) la manifestación del caos, tratando de contaminar a la opinión pública; aunque lo que sucede nada más sea una simple corrida o un griterío subido de tono.

Esto responde a la necesidad de generar desmanes para enunciar una crisis y, de esa manera, interrumpir o, por lo menos, condicionar e influir en la orientación de un proyecto político. Y esta táctica se aplica todos los días, durante las 24 horas, desde la escritura de editoriales irreales, de la edición interminable de imágenes, en la repetición de la agenda por todos los soportes disponibles.

A este programa desestabilizador responden tanto los periodistas cautivos como los políticos que le rinden pleitesía al perimido Consenso de Washington, al FMI y al dios más poderoso del capitalismo, la economía de mercado. Bajo tales circunstancias vuelven a atarse, como hace un siglo, la guerra y la prensa; es que existen intereses comunes: las ganancias. A este proceder semejante lo denunció hace más de un siglo Karl Kraus desde su revista La Antorcha.

Estas semanas, desde la toma del parque Indoamericano, dominaba la temática de la xenofobia y el racismo, exponiéndose en su más cruda realidad los problemas de infraestructura: tierras y viviendas. Se puede corroborar que en el transcurso de estas jornadas se potenció, pues el Congreso norteamericano, dominado por los republicanos, endurecerá sus medidas para los migrantes; o las decisiones que se han tomado en la cuna del pensamiento occidental, en Grecia, en el seno de aquella civilización que acunó hace siglos el exónimo peyorativo "bárbaros" (el que balbucea) para referirse a los extranjeros; ahora los helenos autorizaron la construcción de un muro para que los inmigrantes turcos no accedan a su territorio.

Es interesante observar como decantaron investigaciones periodísticas y judiciales donde trabajadores eran presuntamente reducidos a condiciones de servidumbre por varias empresas, Nidera en San Pedro o Southern Seeds Production SA en Arrecifes. Permítase un paralelismo histórico, apelando a las repeticiones que tanto le agradaban a Jorge Luis Borges, en este caso se refiere a la explotación de compañías extranjeras. Ahora identificamos a la Barrick Gold, a Repsol, y a varias transnacionales invirtiendo en el país, pero, muchas veces, lo hacen a medias y sin cumplir con los objetivos propuestos; así mismo lo hacía en otras épocas la United Fruit Company en Centroamérica.

Hay cosas y actos que deben corregirse, tanto de parte de los inversores privados, así como debe aparecer el contralor eficaz del Estado; es más, el Estado debe hacer cumplir la Constitución con todo el rigor, porque la Asamblea del Año XIII: dictó la libertad de vientres de las esclavas; abolió la inquisición y la práctica de la tortura, puso fin al tráfico de esclavos.

Como se sabe los cambios generan conflictos, pero dentro de un proyecto nacional y popular también otorgan igualdad de condiciones a los ciudadanos; por eso no debe haber tercerizados, no debe haber desocupados, y mucho menos esclavos. Es el momento oportuno de deponer no sólo la manu militari, como se hizo desde el 2003, al no judicializar ni reprimir la protesta social, sino de modificar de cuajo la política financiera heredada desde la dictadura, impuesta por actores civiles, como Martínez de Hoz y Domingo Cavallo, cuyas decisiones fueron respaldadas y comunicadas a la población a través de las noticias en los diarios asociados a las figuras de Videla, Agosti y Massera.