martes, 26 de mayo de 2009

Lo peor de nosotros mismos


Ricardo Forster
Doctor en filosofía. Profesor de la UBA

Se diluye lo importante a ser debatido 26-05-2009

Todo se mezcla cuando los tiempos de la política se aceleran; sobre todo cuando casi a la vuelta de la esquina se puede visualizar la ansiada meta electoral que, en esta ocasión, constituye mucho más que una elección de medio término para convertirse, como todos los principales actores lo saben aunque algunos por cálculo y oportunismo no lo digan, de un verdadero plebiscito en el que se pondrá en juego gran parte de lo realizado desde el 2003. Se mezcla la economía con la crisis internacional; las candidaturas llamadas “testimoniales” con el fallo de un juez y las chicanas mutuas de oposición y oficialismo; un asalto o una violación con el futuro del país; un bache con la totalidad de una gestión; una entrevista intimista con los modos de vestirse de la Presidenta y con la lógica de la emboscadura que se guarda en la recurrente acusación de que todas las medidas tomadas por el Gobierno son para “hacer caja”. Mezclas y más mezclas que, casi siempre, apuntan a licuar lo importante de ser debatido, ese núcleo imprescindible que vincula a la política con los destinos de la sociedad. Sería un enorme retroceso que el vodevil y el grotesco volviesen a desplazar a la política trasladándola, como en la década del ’90, al set televisivo, convirtiendo a los políticos en figuras esperpénticas que lejos de expresar ideas, convicciones, proyectos de país y de sociedad sólo atinaran a actuar malamente de sí mismos, haciendo de un programa cómico el verdadero eje de la discusión. Una discusión vacía, analfabeta, efectista y dirigida, qué duda cabe, por los intereses nunca explicitados de aquellos que diseñan y le dan sus guiones a cada uno de los actores-políticos. ¿Resulta acaso sorprendente que sea en Canal 13, propiedad del Grupo Clarín, que Tinelli vuelva por los fueros de aquello que se cansó de hacer hasta la impiadosa caída del gobierno de la Alianza?, ¿es verosímil pensar que se trató de una mera casualidad la correspondencia entre Gran cuñado y las elecciones del 28 de junio? Se trata, nuevamente, del cruce del negocio e intereses corporativo-políticos que, en esta ocasión, son movilizados por la troupe de Marcelo Tinelli, con el beneplácito de aquellos que descargan todas sus baterías contra una nueva ley de medios audiovisuales. Vulnerar a la política transformando a los políticos en marionetas insulsas o en espectros de sí mismos constituye uno de los gestos decisivos de la cruzada despolitizadora desplegada por la ideología neoliberal, aquella misma que se creyó eterna y que hoy, acá, entre nosotros, no deja de derrumbarse, disolviendo el mito de su eternidad. Lejos de estar instalados en “el fin de la historia” proclamado por sus ideólogos al caer el muro de Berlín, lo que podemos observar es el escándalo que supone el desvelamiento de un orden económico construido para beneficiar a unos pocos y empobrecer a la inmensa mayoría del planeta. El neoliberalismo, ya lo señalé en otro artículo, no fue pura y exclusivamente una profunda transformación económica unida al desguace del Estado, sino que esos cambios esenciales que modificaron de cuajo nuestras sociedades vinieron acompañados de hondas y perturbadoras mutaciones de los imaginarios culturales. Se trató de la producción intensiva de nuevas formas de subjetividad asociadas ahora a los valores que emergían de la sacralización del mercado, valores que hacían pie en el despliegue de un individualismo arrasador de antiguas prácticas sociales, que hacían girar en el vacío los valores del reconocimiento y de la solidaridad para amplificar la lógica del hedonismo y del consumismo. Y junto a estos cambios de la cotidianidad también se buscó desnutrir a la política, vaciarla de sus contenidos, arrojándolos al tacho de los desperdicios para importar, desde el mundo de las empresas y de los negocios, los nuevos lenguajes que pudieran adaptar la política a los tiempos de la gestión y la reingeniería social. La política fue capturada por la “ética” empresarial y por los lenguajes de la calculabilidad y la estadística, transformándola en mercancía a ser vendida por publicistas y encuestadores. Le tocó a los medios de comunicación, y en especial a los audiovisuales, cumplir un papel relevante, principal, en este proceso de metamorfosis de la política y de los imaginarios subjetivos que vinieron a expresar el giro neoliberal de la historia. Por eso su persistencia y su transformación en “sentido común”.Nada más difícil, y eso lo saben muy bien los historiadores, que horadar el sentido común, que ponerlo a la altura de los cambios que se operan en el cuerpo estructural de la sociedad. Lo que más lentamente se modifica es, precisamente, ese núcleo cultural que instituye valores y que los convierte en columna vertebral de una representación del mundo solidaria, claro, de un determinado orden económico. Estallado el neoliberalismo a partir del crac financiero iniciado en el 2008 lo que todavía persiste es un modo de ver el mundo, de darle forma a las mentalidades y a los valores que permanece anclado a las décadas anteriores, aquellas en las que las “verdades” del mercado se asumieron como las consumadoras de la historia y las habilitadoras de una época desprovista, ahora sí, de conflictos.Por eso no resulta menor este nuevo intento de imponer, desde los lenguajes televisivos, lo que funcionó cuando el país fue sometido, sin anestesia, a un modelo que mezcló destrucción del aparato productivo, desguace del Estado y frivolidad; que supo penetrar hondamente en las conciencias de una gran parte de los argentinos a fuerza de consumismo, viajes al Primer Mundo (que para la mayoría quedaba en Miami y que transformaba el planeta en un inmenso shopping center asociado a Disney World) y “relaciones carnales”, mientras desde las pantallas televisivas se desplegaba una lógica que venía a acompañar este proceso de vaciamiento cultural de una sociedad que, después del horror de la hiperinflación, estaba disponible para cualquier cosa. Nunca está de más recordar aquella frase de Domingo Cavallo en medio de la debacle económica del gobierno de Alfonsín (hoy tan festejado por los mismos que lo destituyeron con un inclemente golpe de mercado): “Cuanto peor, mejor”. Un regusto a naftalina noventista se puede percibir en gran parte de la oposición y en el esfuerzo mediático por seguir manteniendo sus privilegios, de la misma manera que la Mesa de Enlace viene a representar el deseo no dicho de regresar a la Argentina del primer centenario; ese país dominado a discreción por el modelo agroexportador impulsado por la Sociedad Rural y sus aliados. Algo de esa Argentina frívola, autodestructiva, impune en sus acciones que caracterizó al menemismo vuelve a emerger cuando quedamos prisioneros de un show televisivo que insiste en expresar lo peor de nosotros mismos.

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