martes, 17 de junio de 2008

16 de junio de 1955


Bombas sobre Plaza de Mayo

por Roberto Bardini

En la mañana del 16 de junio de 1955, efectivos de la marina de guerra y "comandos civiles" intentan sin éxito copar la Casa Rosada y tomar prisionero al presidente Juan Perón. El mandatario busca refugio en el edificio del ministerio de Guerra y se dispone a sofocar la rebelión. A mediodía, aviones la Armada bombardean y metrallan la sede del gobierno y la Plaza de Mayo. Una de las primeras bombas estalla en el techo de la Casa Rosada. Otra, le pega a un trolebús lleno de pasajeros y mueren todos. Los aviadores subversivos lanzan nueve toneladas y media de explosivos.
Hay 350 muertos y 2 mil heridos. Setenta y nueve personas quedan lisiadas en forma permanente. Los agresores huyen hacia Uruguay, donde solicitan asilo político. Al día siguiente, el diario Clarín -que no se caracteriza por sus simpatías peronistas- escribe: "Las palabras no alcanzan a traducir en su exacta medida el dolor y la indignación que ha provocado en el ánimo del pueblo la criminal agresión perpetrada por los aviadores sediciosos". Fue la segunda vez en toda la historia argentina que la ciudad de Buenos Aires era bombardeada. La primera ocurrió durante las invasiones inglesas de 1806 y 1807. En esta ocasión, a mediados del siglo veinte, no existía un estado de guerra, quienes atacaron por sorpresa vestían uniformes militares argentinos y las víctimas fueron civiles desarmados, también argentinos. El ataque a traición de los aviadores navales produce un terrible impacto en la población. Durante meses no se habla de otra cosa en los hogares de todo el país. En Dossier secreto "El mito de la guerra sucia", el periodista norteamericano Martin Andersen cita el informe de un analista de la embajada de Estados Unidos en Buenos Aires, quien describe este estupor generalizado: "El bombardeo del 16 de junio de 1955 explotó con una fuerza cataclísmica, por tanto, sobre una población civil condicionada por un siglo de paz y que tenía la confirmada creencia de que semejantes cosas no ocurrían en la Argentina. Se detecta en la gente no sólo el sentimiento de escándalo, sino de vergüenza de que semejante matanza de civiles inocentes pudiera haber ocurrido en el corazón de Buenos Aires". Perón no quiere enfrentamiento entre las fuerzas armadas y, mucho menos, entre militares y trabajadores. Aquel 16 de junio de 1955, después del primer bombardeo a la Casa de Gobierno, el general le ordena a un mayor del ejército que fuera a hablar con el secretario general de la CGT:

- Ni un solo obrero debe ir a la Plaza de Mayo -le dice al oficial. Y refiriéndose a los aviadores navales, agrega: -Estos asesinos no vacilarán en tirar contra ellos. Ésta es una cosa de soldados. Yo no quiero sobrevivir sobre una montaña de cadáveres de trabajadores.

El relato de este hecho tiene una dimensión mayor porque su autor es Pedro Santos Martínez, un historiador insospechado de simpatías peronistas (citado en 1946-1955 - La nueva Argentina, La Bastilla, Buenos Aires, 1988).

Los obreros salieron a la calle igual, al grito de "¡Perón, Perón!"
Muchos fueron masacrados desde el aire o al quedar atrapados entre dos fuegos.
Martínez describe otro episodio que da una idea de las convicciones morales de los golpistas. Por la tarde, los subversivos atrincherados en la Secretaría de Marina despliegan una bandera blanca que, de acuerdo a las reglas militares, sólo podía significar dos cosas: diálogo o rendición. El general peronista Juan José Valle y otros oficiales leales se dirigen al lugar para parlamentar, con instrucciones de ser tolerantes con los rebeldes. Cuando la comisión se acerca al edificio, la bandera blanca es arriada y una ametralladora los recibe con ráfagas de plomo.

Perón narra en su libro Del poder al exilio, citado por Martínez, que cuando una multitud enardecida se concentró con garrotes frente a la Secretaría de Marina, el almirante golpista que estaba al mando envió un "dramático" mensaje al jefe del ejército: "Intervenga. Mande hombres. Nos rendimos, pero evite que la muchedumbre armada y enfurecida penetre en el edificio".

Ese mismo día, después de recuperar el edificio, el general Valle le dijo a Perón:
– Mi general, este ejército no le va a servir para la revolución popular. Arme a la CGT.

En la noche, como reacción popular a los bombardeos, son saqueadas e incendiadas la Catedral Metropolitana y diez iglesias. Poco después, trasciende que Perón ha sido excomulgado por el Papa Pío XII, quien siempre se negó a tomar idéntica medida con Mussolini y Hitler.
Durante años, los antiperonistas repetirán que los incendiarios de los templos contaban con la complicidad de policías y bomberos. Y los historiadores oficiales pondrán más énfasis en la quema de las iglesias que en la masacre de civiles perpetrada horas antes por la aviación naval. Años después, muchos jóvenes repetirán lo que escucharon de chicos en sus casas.
Luego del bombardeo a la Plaza de Mayo, Perón no sólo no toma revancha contrariando el sentimiento de sus propios seguidores, sino que busca la pacificación interna. En julio, levanta el estado de sitio, deja en libertad a varios detenidos políticos y elimina algunas restricciones políticas. El 31 permite utilizar la radio, el principal medio de comunicación de la época, a dirigentes opositores.
Perón ofrece renunciar a la jefatura del movimiento peronista y mantener sólo el cargo de presidente de la nación. En búsqueda de la reconciliación, el general cambia a integrantes de su gabinete, sustituye al jefe de policía y se desprende de Raúl Apold, su jefe de propaganda. Al mismo tiempo, designa a John William Cooke como interventor del partido en la Capital Federal. Sin embargo, la situación ha llegado a un punto sin retorno. Conservadores, radicales, nacionalistas liberales, comunistas y socialistas exigen la renuncia del presidente. El Ejército, la Marina y la Aeronáutica conspiran abiertamente y los "comandos civiles" se organizan. Tres meses después, Perón será derrocado por la llamada "revolución libertadora", un antecedente de la ciénaga sangrienta instaurada en 1976.

(*) Publicado el 15 de junio de 2003 en Rodelu.net

El Movimiento Bambú está contra lo «políticamente correcto», el «pensamiento único» y la «globalización» impuesta desde arriba. Está a favor de la ética, las relaciones fraternales entre personas y la universalidad construida desde abajo.

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